MARTÍ, AMIGO
Por Raúl Medina Orama
Antes no leía a Martí. Parece mentira, con tanto cuaderno haciendo olas en las bibliotecas escolares y frases estampadas en las paredes del pueblo. Siempre me resultó difícil separar al hombre del reflejo traslúcido que devolvía la lámina, de la palidez pétrea de un busto.
Incluso, a los dieciséis años llegué a decirle a mi padre que era demasiada alharaca para una sola persona. Afortunadamente el tiempo y la lectura, esa otra manera de crecer, se encargaron de quitarme la razón.
A la postre aprendí del poeta capaz de abrir el pecho a la herida impune de una mujer. José Lezama Lima me reveló que ese misterio que acompaña a cada cubano era un “pan diamantino para otros muchos amaneceres”.
Entre las páginas estilizadas de Jorge Mañach encontré a un habanero pequeño que empujado al exilio, construía una nación desde su fría oficina neoyorquina. Fernando Pérez me regaló imágenes de su infancia, que era también la mía, llena de asombro y humildad.
Poco a poco dibujé mi propio José Martí, apartado de las lecciones frías de algunos maestros sin talento, como he hecho con otros nombres ilustres de nuestra historia; descubrí la obra del Apóstol naciendo generosamente en la literatura, crítica de arte, periodismo, diplomacia, para desembocar en la empresa que consumiría en definitiva su vida: lograr la emancipación de Cuba y América toda.
Por ello, cada 28 de enero me llega abanderado de preguntas: ¿Cómo separar una figura profundamente humana de una labor de dioses? ¿Cómo escapar de la parálisis intelectual, la consigna moldeada, la vana repetición y entender a alguien que fue todo creación?
Cuando se cumple el 159 aniversario de su natalicio, imágenes del más mentado de los cubanos recorren las calles junto a niños que remedan personajes de relatos y poesías de la Edad de Oro, o ataviados con cuanto atributo recuerde al siglo XIX nacional.
La hora del tributo nos devuelve al héroe, al paradigma personificado en discursos y panegíricos, pero en medio de la apología y el homenaje guardo a mi lado un asiento para Martí, el amigo.
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